Los papeles en el Ayuntamiento de Tokio se acumulan ordenadamente en legajos que configuran pequeños promontorios. Son el diario de la urbe en forma de miles de historias de sus habitantes, pequeños o grandes desafíos que pusieron a prueba a la institución. Como la reclamación enredada en una maraña de malos hábitos e indolencia de estas madres que solicitan la recuperación de un pequeño espacio público de su humilde barriada, que era utilizado para el juego de sus hijos y ahora se ha convertido en una cloaca.

La vida de Kanji Watanabe ha transcurrido entre estos papeles, él mismo habrá contribuido eficazmente a que las pequeñas montañas de expedientes crecieran al ritmo del pulso de la ciudad. Kanji es responsable de su sección y a lo largo de treinta años de servicio ha estampado su pequeño sello hanko en una cantidad de pliegos que no puede recordar. Su vida no ha sido original pero se ha deslizado apaciblemente por la rampa uniforme de la burocracia.

El diagnóstico de un cáncer terminal lo empuja bruscamente a otra conciencia: ante la llegada inminente de la muerte siente que su vida ha carecido de sentido y comienza una búsqueda alocada de experiencias. Finalmente el sentido aparece como si fuera un resplandor: su sello diminuto es la llave para «jaquear» la institución. Dedicará lo que le quede de vida a conseguir que aquellas madres tengan el parque que sus hijos merecen. Hay quien dice al final de la película que la última vez que fue visto estaba sentado en un columpio bajo la nieve, disfrutando de ese parque hecho realidad.

Akira Kurosawa nos expone en su excelente cinta de 1952 , además de a una profunda reflexión sobre el sentido de la vida, a la duda sobre si es posible humanizar las instituciones. Quizá nos invita a hacerlo en lugar de quejarnos; la oportunidad está en nuestras manos y reside en los pequeños detalles, las pequeñas historias.

Supongo que la amargura de pertenecer a un organismo que no se deja ayudar es una de las recurrentes del ser humano, la frustración de no poder contribuir a la mejora del propio entorno.

Mi última experiencia ha sido como representante del Colegio de Arquitectos de Madrid, donde me he sentido como otro personaje de ficción, K., el agrimensor de la novela de Kafka El Castillo, que llega al pueblo para «mejorar la situación» pero jamás consigue siquiera acceder al castillo, donde se supone que está la persona que lo ha contratado y debe asignarle la tarea.

Todas mis ideas y buenas intenciones, transmitidas a través de este o aquel documento, debieron perderse en las prisas de las urgencias o en el bosque de los correos, porque nunca conseguí que alguna de ellas fuera considerada, y así se me permitiera colaborar para «mejorar la situación».

No ha sido un resplandor sino una alineación inesperada de circunstancias lo que ha propiciado un proyecto que ahora me permite evocar a nuestro ya querido Kanji: un grupo de representantes bisoños hemos decidido presentarnos a las elecciones de Junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos de Madrid, que se celebrarán el próximo 12 de noviembre.

Y lo hacemos con una candidatura que hemos llamado +humanA.

En ningún caso pretendemos decir que la nuestra es la candidatura más humana, respetamos todas las alternativas, pero sí queremos advertir que un Colegio que sirva para cuidar a sus colegiados, en todos los sentidos, solo llegará si ponemos esta cuestión en el centro de nuestro esfuerzo.

Porque no creemos que las dificultades que atravesamos se deban a esta o aquella persona, sino a los malos hábitos y al lugar donde se posa la mirada.

Para superar las tensiones vividas y poder avanzar no hay recetas milagrosas, todas tendremos que contribuir con nuestra parte, pero sí hay herramientas y procesos que nos pueden ayudar a sanar y crecer.

Para empezar, el déficit democrático de nuestros procedimientos puede ser reparado en gran medida con la implementación de una herramienta digital de participación que permita a los colegiados opinar, proponer, debatir y votar.

Los colegiados nos sentiremos más protegidos con una Oficina de buenas prácticas laborales que colabore mediante su atención a que el contexto laboral de la profesión sea el más justo y sano posible.

Una formación online puesta al día, a prueba de cuarentenas, impedirá que «perdamos el hilo» y hará más resiliente el vínculo entre los colegiados y su Colegio.

Los sabores de la temporada tendrán que ser, después de la crisis sanitaria vivida, otra vez la vivienda y el papel de la arquitectura en la salud.

Proponemos el lema «Cuidarnos para servir», de utilidad y de servicio, como conjuro para «jaquear» la institución.

Nos ofrecemos a trabajar en una manera un poquito +humanA de entender nuestra organización.