Imagen de la Comunidad Andalucía en Santiago de Chile.

 

La vivienda es el bien al que, en general, más tiempo, dinero y esfuerzo dedicamos a lo largo de nuestra vida, por lo que sorprende lo poco flexibles que son los sistemas que tenemos a nuestro alcance para proveernos de ella.

Sería deseable encontrar formas para que quien tuviera la capacidad y el deseo de participar de manera más activa en la construcción de su hogar pudiera hacerlo; sólo en el contexto de la vivienda social encontramos ejemplos, como el de la autoconstrucción de la vivienda crecedera.

El premio Pritzker de arquitectura, ése que otorga una familia de hoteleros y pretende ser el Nobel de la profesión, se ha descolgado este año otorgando el galardón al chileno Alejandro Aravena, en un supuesto cambio de mensaje que pretende mover el foco hacia el trabajo del arquitecto con compromiso social.

En el centro de este reconocimiento se encuentra el proyecto que su estudio Elemental llevó a cabo en Quinta Monroy, provincia de Iquique, con un planteamiento que podría resumirse en esta frase: conseguir “la mitad de una buena casa”.

La idea es utilizar el exiguo dinero que el estado proporciona como ayuda para las viviendas sociales, en construir únicamente la mitad de una futura vivienda, dejando el lugar y la estructura necesaria para que el resto sea culminado mediante la autoconstrucción de sus habitantes.

Imagen de Quinta Monroy, Iquique, Chile, del estudio Elemental.

 

La vivienda crecedera, por supuesto, no es un invento de Aravena y en el mismo Chile hay estupendos ejemplos anteriores; aprovecho la ocasión para rendir un pequeño homenaje al arquitecto Fernando Castillo.

Cuando Fernando Castillo fue nombrado en 1964 alcalde de la Municipalidad de La Reina, una reciente escisión en la periferia de Santiago, se encontró con 1.600 familias que vivían en terrenos baldíos a orillas del río para los que no había plan alguno.

Se movió hasta conseguir del Estado un terreno a bajo coste y diseñó, de manera participativa con profesores y alumnos de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica, un proyecto para la creación de toda una comunidad.

 

La Villa La Reina terminó siendo un barrio de 1.600 casas construido completamente por sus pobladores: desde las viviendas hasta las áreas verdes, colegios, iglesias y espacios públicos, incluyendo calles, redes de alcantarillado y agua potable.

Imágenes de la autoconstrucción de Villa La Reina, con el arquitecto Fernando Castillo.

 

En 1992, con la colaboración del CYTED y de la Junta de Andalucía, se llevó a cabo en el centro de Santiago la construcción de la Comunidad Andalucía, un conjunto de viviendas en el que Fernando Castillo tuvo la oportunidad de poner en práctica el modelo de vivienda crecedera en vertical, “Gran Galpón”, del mexicano Carlos González Lobo.

Dibujo de Carlos González Lobo representando la idea del “Gran Galpón”.

 

Con el ajustadísimo presupuesto se construyeron “metros cúbicos” en lugar de cuadrados, dejando a los beneficiarios del proyecto una estructura techada en condiciones de acoger una vivienda de tres niveles, según fueran capaces de ir levantándolos.

Al igual que en el caso de Quinta Monroy, el reto de la autoconstrucción fue asumido con celeridad y diligencia por las familias y en mucho menos tiempo del esperado ya habitaban hasta el último rincón de sus “metros cúbicos”.

Imagen de la Comunidad Andalucía en Santiago de Chile.

 

Fernando Castillo, “Innovador e inspirador, muestra lo mejor de la arquitectura y cómo puede mejorar la vida de las personas”, tal y como dijo Tom Pritzker, director y presidente de la Fundación Hyatt, del trabajo de Aravena.

Fernando Castillo no recibió el Pritzker pero sí el sincero homenaje de sus vecinos de Villa La Reina cuando falleció.

Imagen de los pobladores de Villa La Reina saliendo a despedir a Fernando Castillo. Fotografía de Jaime Troncoso Rojas.
Vídeo instalación de la realizadora chilena Manuela Morales Delano en torno a la autoconstrucción de la Comunidad Andalucía.