Un minibus del proyecto europeo CityMobil2 en la ciudad griega de Trikala.

 

 

La semana pasada el coche sin conductor de Google fue equiparado legalmente en Estados Unidos a un conductor humano.

En principio es solo la respuesta a una solicitud de la megacompañía, que considera que lo único realmente peligroso de un vehículo sin conductor es que quien vaya dentro tenga la posibilidad de interferir con las decisiones de la máquina, por lo que no quiere pedales ni volante en sus coches y pidió que se considerara a su programa informático como si fuera un chófer humano.

Sin embargo nos indica lo avanzados que están los planes de esta nueva industria y lo dispuestos que están los gobiernos a ir ajustando lo que sea necesario para limpiar un camino que se presenta lleno de interrogantes imaginables y no tan imaginables.

Entre estos últimos se encuentra, por ejemplo, la “moral” que se le va a programar a una máquina que interactúa con seres humanos: ¿se debe autoestrellar el vehículo antes de cometer un atropello? en caso de que el atropello sea inevitable ¿a qué víctima debe escoger?

Si bien, aunque estos dilemas éticos resulten inquietantes, donde los coches autónomos son de verdad relevantes es evitando accidentes, que son en un 90% provocados por un error humano.

Los cambios que supondría para nuestra sociedad evitar el más del millón de muertes anuales que se producen por esta causa en todo el mundo están empezando a evaluarse: ¿habría que redimensionar la policía, los bomberos… el número de camas de hospital? ¿qué pasaría con las compañías aseguradoras?

Cuando la curva del progreso de la automatización se cruce con la del avance de la economía colaborativa, es previsible que el número de vehículos descienda drásticamente, porque resultará más ridículo tener uno en propiedad.

Si hay menos coches y estos son más pequeños, es obvio que los actuales están sobredimensionados para el uso que les damos, significará que podremos reasignar espacio de nuestras ciudades para otros usos; la funcionalidad de los aparcamientos, que en algunas ciudades americanas llegan a ocupar un tercio del espacio público, tendrá que ser revisada también.

Muchas dudas por el momento pero también mucho talento y mucho dinero trabajando para resolverlas; aunque Google sea la cara más visible de esta revolución tecnológica y social, todas las marcas de automóviles están en ello, y potencias como Uber o Apple también.

Los coches autónomos siguen haciendo kilómetros y los proyectos institucionales ya están en marcha; como el CityMobil2, que tiene a unos pequeños minibuses haciendo prácticas en varias ciudades europeas, entre ellas San Sebastián.