Interior de la cabaña de Ralph Erskine, reconstruida en 1989, donde se puede ver la cama colgando del techo.

 

Ralph Erskine se crio en Londres para trasladarse a Suecia con 25 años y el ánimo de conocer aquella sociedad equitativa y sus funcionalistas arquitectos; en Estocolmo se casó con su novia del colegio y empezó a trabajar.

Al estallar la segunda guerra mundial intentaron regresar a Inglaterra pero las autoridades británicas se lo impidieron y algunos de sus amigos cuáqueros fueron encarcelados por sus ideales pacifistas.

Aunque Suecia se mantuvo neutral durante la guerra las condiciones fueron difíciles y los Erskine tuvieron que abandonar su apartamento para construirse en Lissma, una población a 20 km. de Estocolmo, con la ayuda de un colega danés, en un terreno prestado y con los materiales que encontraron en el entorno, una cabaña sin baño, agua ni electricidad.

Allí vivieron durante cuatro años y tuvieron a su primera hija, en una construcción de apenas 20 m² que una gran chimenea dividía en cocina y un área para comedor, dormitorio, oficina…

Plano de la cabaña de Erskine donde se puede apreciar en línea discontinua la proyección de la cama colgada.
Ralph Erskine con su esposa Ruth y su primera hija, junto a la cama sofá colgante.

 

Para facilitar la habitabilidad de ese reducido espacio recurrió a la inventiva y al artilugio, colgando la cama del techo por un sistema de poleas y haciéndola también plegable para servir de sofá frente al fuego de la chimenea; pionero de una solución que ahora se comercializa en Francia y Alemania.

Aunque el primer registro de patente para una cama plegable se considera que es de Leonard Bailey en el año 1900, fue William L. Murphy quien llevó la idea al terreno comercial con diversas patentes y la creación de una empresa que sigue vendiendo el producto 100 años después; de hecho para muchos norteamericanos este mueble es conocido como Murphy Bed.

Gusta contar a sus herederos que la principal razón que impulsó a Murphy para exprimirse el cerebro fue la imposibilidad, dados los usos y costumbres de la época, de invitar a sus amigas a un minúsculo apartamento donde inevitablemente la cama resultaba protagonista.

Y es que la cama no es un objeto hermoso; si no se “hace” da impresión de suciedad (nunca he tenido claro por qué pero así es) y si se atiende adecuadamente resulta muy fácil caer en lo cursi o amanerado; el mismo gesto de arreglar el embozo o cubrir las almohadas siempre tuvo para mí un punto de cómico (supongo que es parte del éxito de los edredones).

Qué libertad, qué sueño infantil, no tener que “hacer” la cama y qué gusto echarse la siesta o dar una cabezadita en el sofá; o en el mismo escritorio, cuando llega ese sopor después de la comida y el esfuerzo por trabajar se puede convertir en dolor de cabeza.

La diseñadora alemana Mira Schröder parece saber de lo que estoy hablando y ha creado este despacho cama que resuelve la ocultación y la inmediatez.

Considero inevitable la decadencia de este mueble trasnochado que se disfruta la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados; me apunto a la colgante, a la abatible, a la pivotante… lo mismo que hacen los chicos del Massachusetts Institute of Thecnology, que también están viendo cómo la esconden tan sólo con la mirada.