Imagen de un artículo del New York Times que muestra la variedad de datos recolectados en una ciudad.

 

Big Data es un término ahora presente en numerosas publicaciones y gente importante nos dice que el mundo girará en torno a su control.

Se denomina big data, o “datos masivos”, a la recolección a gran escala de datos y su posterior análisis para encontrar patrones recurrentes dentro de ellos, algún conocimiento que sea de utilidad práctica en alguna materia.

Estos datos pueden proceder de los aparatos más obvios, como ordenadores, tabletas y teléfonos móviles, pero también de una infinidad de sensores instalados en todos nuestros electrodomésticos, nuestras ropas, plazas de aparcamiento, raíles de tren, alumbrado de calles, medidores eléctricos, contenedores de basura, contenedores marinos, maquinaria industrial, partes de nuestros vehículos…

En lo que también se está denominando el internet de las cosas o el internet de todo: seres humanos conectados a todo el entorno físico que les rodea a través de la red y produciendo tanta información en 48 horas como se produjo desde el origen de los tiempos hasta 2013.

Edificio de la compañía Sabey, en New York, dedicado a centro de datos.

 

Es de tal magnitud lo que se avecina en este ámbito que para el procesado e interpretación de esa ingente cantidad de datos, Estados Unidos estima que necesita entre 140.000 y 190.000 trabajadores con experiencia competente en análisis y 1.5 millones de trabajadores con conocimientos en este campo de los datos (data-literate).

¿Y cómo afectará al mundo de la arquitectura?

En urbanismo el uso del big data está dando paso a la llamada “ciudad inteligente”, en la que podremos manejar de manera más eficiente el transporte, la seguridad, la calidad ambiental, la participación ciudadana… o, por poner un ejemplo, el vertido ilegal de aceite de cocina en las alcantarillas.

Mapa de la ciudad de Boston con información superpuesta de la actividad de los taxis: rutas, frecuencia, lugares de recogida de clientes, lugares de bajada…

 

Respecto a la edificación, el gurú de la arquitectura Rem Kolhaas predijo en la pasada edición de la Bienal de Venecia que muy pronto todos los componentes de nuestras casas estarán conectados y comunicándose, superando las construcciones sordas y mudas de los 5.000 años anteriores.

Puertas que identifican a quien las traspasa, inodoros y alcantarillados que vigilan nuestra salud, pavimentos que controlan nuestros pasos… proveerán datos para nuestra insaciable sed de información.

Los clientes piden más información sobre lo que están comprando a las oficinas de arquitectura y también quieren saber más del día a día de su propiedad, lo que está provocando un cambio en la manera de trabajar en el negocio, donde el BIM (modelado de información de la construcción) ya es el formato estándar en muchas de las mejores compañías.

Captura de pantalla típica de un proyecto arquitectónico desarrollado en BIM, donde se pueden apreciar las instalaciones de aire acondicionado y agua.

 

Tanto así que el Reino Unido exigirá a partir del próximo año que todas las firmas que opten a concursos públicos entreguen, a la vez que las representaciones gráficas tradicionales, una base de datos estandarizada con esa información pormenorizada.

Hay quien utiliza el ejemplo del invento del microscopio para dar una idea más precisa de lo que el fenómeno big data supone: la posibilidad de acceder a un mundo de una escala previamente desconocida.

Sin embargo, a pesar de todas las evidentes ventajas, no son pocos quienes alertan de las posibles amenazas.

Por un lado, la información no puede ser neutral, siempre tiene un sesgo en su intención, se decide recolectar datos sobre una cuestión determinada, no sobre cualquiera, y podemos medir lo que podemos medir, lo demás queda fuera de ese estupendo mundo inteligente.

Por ejemplo, las mismas empresas que más rendimiento sacan de la minería de datos, como Facebook, han tenido que contratar a muchos especialistas en small data, todo aquello que no queda reflejado en un clic, para poder interpretar ese tremendo lío de impulsos.

Así que suponemos que la ciudad inteligente se seguirá sustentando en ciudadanos juiciosos y tecnologías modestas, más allá de lo que nos vengan a vender ocasionalmente con el solidísimo soporte de millones de datos.

De otro lado, ya sabemos cómo se las gastan las empresas transnacionales y los gobiernos en lo tocante al control de la información, básicamente, toda para ellos.

Paradigma de esa tan desequilibrada visión es el caso de Edward Snowden, quien denunció la escandalosa tarea de la NSA captando información de medio mundo, lo que acaba de forzar el cambio histórico de la institución a través del Congreso pero lejos de suponer un honor o reconocimiento para él, lo mantiene exiliado en Rusia.

Así que, bienvenida la información… pero con cuidado.