El pasado 24 de mayo tuve la oportunidad de coordinar en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM) la jornada de la Galería de Materiales dedicada a las viviendas transformables, con la participación de las oficinas de arquitectura Elii y Enorme Studio.

En el contexto de la arquitectura las estrategias de transformación del espacio a través de abatir, plegar, rodar, colgar… se suelen asociar exclusivamente con situaciones de escasez, con viviendas que “no tienen más remedio que…”

Lo que resulta obvio pero bloquea una línea de investigación no solo con muchas posibilidades sino yo diría que necesaria.

Relacionamos espacio transformable con precariedad y con ello proyectamos un estigma sobre ese posible trabajo de investigación. Porque pasaron aquellos tiempos heroicos en los que los profesionales de la arquitectura consideraban fundamental aportar algo a la vivienda social. Hoy en día nadie quiere saber de los “pobres”.

Y se produce una reflexión sin sentido: si esas viviendas no son lo que queremos para nuestra sociedad, no trabajemos para ellas, porque es una especie de legitimación de aquello que no es bueno.

Produciéndose a mi entender una gran contradicción: aunque en las grandes capitales haya millones de viviendas por debajo de ese umbral de superficie que consideramos mínimo, el que sea, los profesionales de la arquitectura no nos dedicamos a explorar la habitabilidad de esos espacios… ni siquiera en estos momentos tan difíciles para la profesión

Yo quisiera quitarle de encima esa carga al espacio transformable, esa tristeza, ese enfoque de algo que se hace para resolver un problema, una desgracia… y tratarlo como la celebración de otra área de nuestro trabajo que incide en las posibilidades de mejorar las condiciones de vida de las personas. Ni más ni menos.

No me puedo imaginar que cuando Alejandro de la Sota dedicó un rato de su vida a diseñar aquella mesa abatible-plegable estuviera sufriendo. Creo que en ningún momento dejó de sentirse arquitecto y con satisfacción se hizo fotografiar junto a ella. Era, ni más ni menos, la satisfacción de haber podido utilizar sus conocimientos y su talento para mejorar la calidad de vida de su familia numerosa.

Me cuesta creer que Ralph Erskine no sintiera satisfacción diseñando aquella cabaña en un bosque sueco, con esas pequeñas abatibilidades que permiten tener oficina en ese espacio compartido… y esa cama gloriosa colgada del techo, que también se convierte en un sofá frente a la chimenea.

Es cierto que cuando Ken Isaacs se pone a inventar sus muebles-artefacto se debe a que se ha mudado con su esposa a un apartamento de dos habitaciones y no les daba para tener dormitorio, salón, oficina… Pero qué explosión de creatividad y qué manera de revolucionar el espacio doméstico. Qué ocurre cuando un diseñador se plantea sin restricciones que le da igual el tamaño de su casa: quiere hacer muchas cosas allí. Pues se produce una agitación de lo convencional, se abren nuevas posibilidades de organización del espacio que transitan entre el mueble y la arquitectura. Que hacen arquitectura con herramientas inesperadas.

Hoy en día es muy normal que nuestras vidas requieran de un dormitorio, una oficina en casa, un cuarto de invitados, un espacio para el yoga o la meditación, un ambiente para ver películas en condiciones… y no parece muy sensato tener una habitación para cada actividad… desde ningún punto de vista.